lunes, 2 de abril de 2012

Los cuentos de Hans Christian Andersen


El patito feo, La sirenita, El soldadito de plomo... Cuentos que alguna vez han pasado por nuestras manos y que se los leímos alguna vez a nuestros hijos cuando se iban para la cama. Llamaban desde sus habitaciones porque no eran capaces de dormir y había que contarles un cuento. Y, entonces, el padre o la madre cumplían su petición y empezaban narrando historias que terminaban por complacer al hijo, cuando no a ambos.

Eso mismo hacía el padre de Hans Christian Andersen en el siglo XIX:  Durante el día, mientras estaquillaba suelas, estimulaba la fantasía de su pequeño hijo con relatos de la tradición oral, y en las noches de insomnio, sentado al borde de la cama, leía en voz alta los cuentos adaptados de Las mil y una noches, antes de que Hans Christian se entregara a merced del sueño, con las maravillosas aventuras de Simbad, el marino.

Hans Christian Andersen (Odense, 1805-Copenhague, 1875) nació en el seno de una familia humilde, cuyo ámbito estaba signado por la suciedad y la pobreza, la promiscuidad y la prostitución.

Los primeros testimonios refieren que su madre fue abnegada e indulgente con sus hijos, cumplidora con los quehaceres domésticos y que su pequeña familia era una de las más prósperas del barrio; en tanto otros testimonios revelan que fue mujer de vida alegre, que tuvo una hija fuera del matrimonio, que doblaba en edad a su marido y era adicta al alcohol. Su padre, Hans Andersen, era zapatero remendón y persona racional, quien creía más en la bondad humana que en los milagros de la divinidad. No fue esposo ideal pero sí un padre ejemplar.

Hans Christian terminó la escuela de pobres con pésimos resultados en lectura, escritura y matemáticas. De modo que su madre, quien contrajo segundas nupcias con otro zapatero remendón, no se hizo más ilusiones que hacer de su hijo un buen sastre, pues si aprendió a coser ropas para sus títeres, cómo no podía confeccionar trajes para las personas mayores.

Cuando murió su madre de delirium tremens en un asilo de su ciudad natal, Hans Christian se vio obligado a sobrevivir solo. A los 14 años, sin otra propiedad que su prodigiosa fantasía, abandonó su casa en Odense y se mudó a Copenhague, esperanzado en trabajar en algún grupo de teatro. Pero ni bien llegó a la capital, nadie quiso saber de él ni de sus proyectos. Pasó hambre y frío en un gueto, compartiendo su suerte con los más necesitados, hasta que en 1822 conoció a Jonas Collin, quien, convencido del talento de su amigo, decidió ayudarlo en su cometido. Para empezar, le consiguió una beca en la escuela latina de Slagelse, considerando su deficiente destreza en la lectura y escritura.

El joven Hans Christian, se instruyó gracias al respaldo económico de su benefactor. Venció los exámenes de bachillerato a los 23 años y asumió en serio su vocación literaria. Escribió poemas, entretuvo a los niños narrándoles cuentos y, en sus horas libres, recortó siluetas de libros y revistas, para luego pegarlas en unos cuadernos, junto a versos y cuentos breves. Al año siguiente Andersen ingresó en la Universidad de Copenhague.

Aunque también escribió poesía, teatro, novelas y libros de viaje, hoy me voy a centrar en el Andersen como el escritor de los niños. Pues nunca mejor dicho. Son sus más de ciento cincuenta cuentos infantiles los que lo han llevado a ser reconocido como uno de los grandes autores de la literatura mundial. Han sido traducidos a más de ochenta e idiomas y adaptados a obras de teatro, ballets, películas, dibujos animados, juegos de CD, y obras de escultura y pintura.                                                                                  
 
Andersen recreó estéticamente los cuentos populares escuchados en su infancia, en las cámaras de tejer, las cosechas de campiña y los barrios pobres. No se limitó a transcribir los cuentos de la tradición oral sino que les dio un tratamiento literario para atrapar la atención de los lectores.

Cuando empezó a escribir sus cuentos comenzaban de la manera clásica: “Érase una vez... había una vez... hace muchos años...”. Pero después, cuando encontró su propio estilo, usó frases vinculadas con la naturaleza: “...¡Qué frío hacía! Nevaba y comenzaba a oscurecer... ¡Qué hermoso estaba el campo! Era verano...”. 

Los personajes son escogidos en su mayoría de los estamentos más desfavorecidos, y reflejan las características generales del espíritu humano; también objetos, animales y plantas sirven para mostrar algún rasgo de la naturaleza humana.

Los temas que trata en ellos son muy variados y propios de los seres humanos: sus problemas, alegrías, penas y sufrimientos.

Durante mucho tiempo, Andersen estuvo influenciado no sólo por Perrault y los Grimm, sino también por los hermanos Orsted, cuyos trabajos en el campo de las ciencias naturales le sirvieron para asimilar los conceptos: de lo bueno, lo bello y lo feo.
                                                                                                                    
El valor de estas obras en principio no fue muy apreciado; en consecuencia tuvieron poco éxito de ventas. No obstante, en 1838 Hans Christian Andersen ya era un escritor establecido. La fama de sus cuentos de hadas fue creciendo. Comenzó a escribir una segunda serie en 1838 y una tercera en 1843, que apareció publicada con el título Cuentos nuevos. Entre sus más famosos cuentos se encuentran «El patito feo», «El traje nuevo del emperador», «La reina de las nieves», «Las zapatillas rojas», «El soldadito de plomo», «El ruiseñor», «La sirenita», «El ave Fénix», «La sombra», «La princesa y el guisante».  Muchos de sus cuentos serían ilustrados por artistas de reconocida trayectoria como es el caso de Wilhem Petersen y Lorens Frolich. 

En su producción no se encuentran cuentos que hagan reír. Más bien son cuentos que tratan temas como la crueldad o la ternura de una forma delicada.

Este hombre de nariz prominente y curva, piernas largas, brazos delgados y pasitrote ridículo, que en principio escribió para satisfacer más a la familia de Joan Collin que a sus lectores, y que se vio despreciado por su fealdad física, se describió con maestría en El patito feo, cuento en el cual describe su propio destino; destino del que nace  en las clases bajas y vuela como un cisne hasta los salones de la aristocracia. También el hecho de enamorase de mujeres inasequibles para él, por lo que se cree que muchas de sus historias se interpretan como alusiones a sus fracasos sentimentales, como el cuento de El ruiseñor, que se dice está inspirado en la soprano Jenny Lind.

Una de las innovaciones que incorporó en sus cuentos fue el lenguaje cotidiano, lleno de expresiones, sentimientos e ideas hasta entonces nunca incorporados a la literatura infantil, por considerarlos lejos de su comprensión.

Gustaba de contar cuentos a los niños y cuando comenzaba a escribirlos lo hacía en una forma clara, viva y colonial. Miraba al mundo con ojos de niño y los reproducía con comentarios de adulto. Tal vez sea éste el motivo por el que tanto niños como mayores encuentran entretenidas sus obras transformándolo en uno de los autores de literatura infantil más conocidos y traducidos del mundo.

Fuentes: Wikipedia, www.bibliotecasvirtuales.com, www.letralia.com,www.icarito.cl

Les dejo esta preciosa canción "Bajo el mar" de la película La sirenita producida por Walt Disney:                    


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